AVE LIRA

Christian Kent

Presintieron los poetas desde siempre que el trinar de las aves encubre maravillosas pláticas. Farid al Din Attar legó a la biblioteca un caso ejemplar: La conferencia de los pájaros. La maestra Abubilla guía a 30,000 aves de distinta naturaleza al encuentro del Simurg, pájaro sagrado que resurge de sus cenizas.

Christian Kent trae a la ronda una especie que faltó en la multitudinaria charla del poeta muslim: el Ave Lira, que al carecer de entonación propia, finge el canto de las otras. Breves y sonoros párrafos simulan las voces de Darío, de Papini, del Génesis, de Maeterlink, de Bashō, de Tennyson, de Gogol. En esta floresta de símbolos, el oído agudo descubre que, tras los velos de la imitación, una nota suspicaz hace lo posible por no mostrar lo propio. Quizá fracase y descubramos que el ruiseñor no es ruiseñor, que el mirlo no es tal, que detrás de todas las plumas hay un solo pájaro y un mismo trinar.


Aquí una muestra de lo que encontrarás en él:

FLORECITA EN EL SENDERO AMARILLO



China tiene otras armas lingüísticas. Sus caracteres se acercan menos al sonido, a los esfuerzos de la boca —de los dientes, de la lengua, de la saliva—, que a la forma de las ideas. En los caracteres chinos se transcribe la transparencia de las flores del durazno, o, como en el caso de este cuento, el amarillo exacto de un sendero que baja de las montañas y se dirige, resueltamente, a un pequeño pueblo donde las chimeneas exhalan el fantasma de los antepasados y los peces se escurren en el agua turbia de los estanques.

En el sendero amarillo, los breves pasos de Lo Fu recuerdan a estos ideogramas que en sus sencillos trazos son capaces de contener inmensos paisajes. Un pie tras otro, describe un camino de seda, un ligero puente que filtra noticias fabulosas.

También amarillo es el sol que brilla sobre las cosas. Todo parece cierto, inequívoco. Lo Fu respira el aroma a té que sale del caserío. Se detiene a mirar a lo lejos; las espigas de los sembrados reverencian la silueta azul de los cerros, un pájaro vuela en círculos sobre un cadáver.

—¡Lo Fu, Lo Fu! —le saludan los niños mientras corren a su encuentro. Existe siempre la esperanza de una naranja, una galleta, una caricia.

Rodeada por los niños, escruta el aire y encuentra —ninguno se explica cómo— una naranja, y luego otra, y otra, y se meten corriendo a sus casas, con los corazones punzados por el asombro.

Otro signo de esta cultura: uno observa en el hombre centenario, en el funcionario de peinado triste, en la lavandera de faldas remangadas, la misma sorpresa, la misma risa de cristal que se advierte en los niños.

Lo Fu se inclina, sin doblegar las rodillas, para limpiarse el polvo de los zapatos. Al incorporarse nuevamente, observa un brote silvestre, una tímida florecilla celeste, asomándose de una grieta en el muro.


La flor está allí,

¿por qué se llama bella a esta flor?


—Si arranco la flor —pensaba Lo Fu para sí— no la poseeré. Seré yo poseída por ella, por su verdad —y se rindió a su simple presencia.

El sol redondo, tan redondo como puede ser un sol pensado en letras chinas, y así de amarillo, se ocultó aquella tarde tras las jorobas azules de la serranía.

Por el sendero amarillo, sobre las huellas de Lo Fu, volvía a casa el marido: el campesino Chu Yi.

Chu Yi venía silbando viejas melodías, que al separarse de las palabras, parecían estar más cerca de la naturaleza. Si la naturaleza es educador del poeta, según Holderlin, los chinos encontraron su maestro antes que ningún poeta sobre la tierra. Los maestros de Chu Yi eran el susurro de las piedras cayendo por las laderas, el grito lejano de los halcones, el murmullo de las nacientes entre los culantrillos.

—¡Oh, belleza! —exclamó de pronto. Estaba frente a la misma florecilla que horas antes dejara perpleja a su esposa—. Florecita común, flor que estás ahí, prisionera en una grieta en el muro, te llevaré conmigo, tendrás otra vida en los cabellos de mi amada.


Flor en el muro agrietado.

Te arranco de las grietas;

Te tomo, con todo y raíces, en mis manos.



© Christian Kent. 2022

© Medusa Editores. 2022

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