LA VIDA ESPIRITUAL DE LAS HORMIGAS

Édgar Trevizo

Esta es el arte poética de Édgar Trevizo: lucidez y fe. Lucidez para atisbar la inabarcable trascendencia de las pequeñas ceremonias de la vida. Fe en la capacidad de la poesía para expresar las verdades más profundas, que son también las más transparentes, la existencia ofreciéndose como una clara evidencia de sí misma. Junto a la nitidez temática y formal de sus versos, se deja sentir con plena fuerza una conciencia a la vez dolorosa y fraternal de los deseos e infortunios que acompañan al humano. Porque el hombre “es pequeño/pero, aunque sea por momentos,/grandes cosas habitan en él”, y este libro es el perfecto testimonio de esas efímeras y grandes cosas: de la belleza que nace en el manantial de nuestra vulnerable condición.

—Renato Tinajero.


Aquí una muestra de lo que encontrarás en él:

AQUELLA MIRADA SUYA


La familia oyó 

que Jesús andaba por el pueblo.

Era un caserío pobre y seco;

los perros dormían bajo el sol

y sobre aquella tierra desahuciada,

más por hambre 

que por el mero gusto o por cansancio.

Los hombres, sentados frente

a las casas, miraban a lo lejos

lo poco que el polvo dejaba 

ver del horizonte cobrizo 

o de aquellos árboles flacos y solos.

La hija menor estaba enferma.

Sus ojos enfebrecidos

habían permanecido abiertos

desde hacía dos o tres días

con sus noches.

Llamaron al Maestro, animados 

por esa fe de los pobres que crece

en todas partes, como la hierba 

entre las piedras, aun sin lluvia,

inexplicablemente.

Jesús se arrodilló junto 

a la paja caliente y húmeda.

Cerró los ojos y estuvo así

por largo rato. 

Luego se levantó. 

—A hablar con su padre—, dijo.

Al salir, su manto de lana

rozó la cálida aspereza del adobe.

Por el agujero aquel

que hacía de ventana, 

la familia miró al hombre

arrodillarse en el polvo:

la cabeza baja

contra el fondo rojo de la tarde.

Cuando regresó ya era de noche

y tenía en los ojos

aquella mirada suya,

y aquella tristeza. 

Susurró algo al oído de la niña

y besó aquellos ojos 

que ya se habían cerrado

mucho antes de que el Maestro regresara.

Cuando salió, su manto de lana

rozó la cálida aspereza 

de aquellas pobres gentes

y siguió el camino interrumpido.

Tanta noche por delante

y tantas estrellas.




LA LUNA EN EL CÁNTARO


La luna está en el cántaro.

Hay agua en el cántaro y la luna

brilla en medio de ese pequeño cielo

rodeado de paredes de barro.

La luna, en el cielo inmenso, 

flota alrededor

de este pequeño planeta de barro.


El universo es inabarcable.

Caben en él todos los amores

y todas las miserias,

el aroma amarillo y cegador de 

los limones,
el agua innumerable,

las luces que se encienden 

y las que se apagan, los caminos 

y los zapatos, el pan y los árboles,

las miradas que interrogan cada una

de las rendijas 

de cada una de las puertas.


El hombre es pequeño

pero, aunque sea por momentos, 

grandes cosas habitan en él:

sumas montañosas de penas insondables, 
el olor de la lluvia en los naranjos,

el largo horizonte y la tarde que lo enciende, 

el sol, el mar y la tormenta. 

Un templo entero. 


La luna flota en el cántaro,

callada y azul.



© Édgar Trevizo. 2021

© Medusa Editores. 2021

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