PERDEDORES

Hugo Servando Sánchez 

Hugo Servando Sánchez, uno de los poetas más admirables de Chihuahua nos ofrece en su más reciente título una colección de poemas que exploran las pequeñas y grandes derrotas de personajes expulsados del paraíso del progreso y la esencial igualdad humana. Su poder radica en abrirnos los ojos a la miseria de quienes están y seguirán estando lejos del privilegio de cualquier clase de seguridad, desarrollo e incluso búsqueda de la felicidad.


Aquí una muestra de lo que encontrarás en él:

EL CLUB DE LOS HIPÓCRITAS


Cuando una cucaracha me sorprende

no dudo en aplastarla; en cambio,

si huye asustada, me conmueve.

Quién soy yo para quitarle la vida.


Como tantos otros,

me enorgullezco de ser un hombre ético.

Como esos que cuando salen por una hamburguesa

se niegan a pensar

en el sacrificio vacuno, en el oficio del carnicero

o, al percatarse de ello,

piensan en el ofrecimiento a los dioses

de una hecatombe.


Pertenezco al club  

que permite, con indiferencia,

que la muerte pase revista en las periferias

y duermo con la conciencia tranquila,

mientras otros se bañan en sangre y a cambio

reciben nuestro desprecio.


El club de los hipócritas no requiere suscripción,

pero a todos sus afiliados nos distingue

una gran serenidad.


CHAPAREKE


Le explicamos a don Antonio

que el premio que va a recibir es muy importante.

Su nombre aparecerá en los anales de la historia.

Y el dinero, a su nombre en un banco,

bastaría para comprarse una casa, un carro, mucha comida.

Usamos traductores, dibujamos en hojas blancas.

Enfatizamos cada término, deletreándolo.


El día de la ceremonia, don Antonio ha desaparecido.

Corremos a buscarlo. Su traje de manta está limpio, planchado.

Los bocadillos en finas charolas, las copas de vino relucientes,

el gobernador del estado ha confirmado su asistencia.


Gotas de sudor perlan nuestras frentes,

corremos de un lado para el otro.

Por fin lo encontramos en la plaza del centro,

junto a los otros vendedores de chicles, artesanía, zapatos,

ofreciendo en un tendido sus discos, por cincuenta pesos.

Tocando el Chapareke,

cuyo sonido es tan delicado

que el solo pasar de los camiones lo sepulta.



LA MAESTRA DE LITERATURA


Usaba un sombrero de palma.

Su cara era como la de un pan, tan blanca

y sujeta de unos labios finos.

Estaba loca, era la maestra de literatura.

Ellos lo sabían. No, pero podían sentir su miedo

como buenos cazadores.

Nos hablaba de la poesía de un tal Rubén Darío,

de las corrientes literarias europeas,

de los rompimientos, de las cadencias, de la belleza de un poema.

Era una mujer educada y sensible. Pero ellos

nunca habían escuchado tanta estupidez junta.

Ellos sabían que el dolor se traga

y que el amor a la madre es lo único fiel.

Qué iban ellos a saber de la belleza,

si eso era para maricas.

La última clase, ella se paró frente al pizarrón

para escribir unos versos, quizás.

Una bola de papel rozó primero su cabeza

pero no la sintió o quiso dejarlo pasar;

una segunda bola de papel, sacudió su pelo

y una tercera, mojada en agua,

pegó con sonoridad en el pizarrón.

Ella se volteó para preguntar.

Un cúmulo atroz de bolas de papel la acribillaron

y después siguió una gran algarabía. 

Ella comenzó a gritar hasta ponerse roja,

hasta quedarse ronca,

para finalmente irse, derrotada.

Entendí que de eso se trata la poesía:

del ridículo, del dolor y del desencanto.


© Hugo Servando Sánchez.

© Medusa Editores 2023.






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